miércoles, 23 de noviembre de 2011

Y allí estaba ella, sentada con su libreta enfrente del río que matizaba todas las luces que lo bordeaban, escribiendo en su libreta después de haber discutido con Magda, aquella pseudohermana con la que llevaba conviviendo tanto tiempo. Siempre que se peleaban era por los chicos, Magda la tomaba por una fresca mientras que Lucía pensaba de ella que era una puritana, estaban hartas la una de la otra pero no sabían vivir separadas, lo habían intentado cuando ambas tenían trabajo pero no supieron hacerlo. Estaba abstraída relatando las dificultades, siempre le ayudaba escribir, era como hablar consigo misma, lo cual era cómodo porque siempre podía romperlo y tirarlo en cualquier sitio.
En algún momento decidió moverse, se le estaban empezando a enfriar los pies, pero no quería ir a casa, estaría Magda y era una histérica de primera, siempre que discutían gritaban como posesas y, además, ella le había advertido que hoy cenaría con Antonio, su novio desde que tenían uso de razón, así que le tocaba alejarse del piso hasta, como mínimo, las doce. Hace muchos años que habían hecho un pacto, cada una tenía derecho a una noche de intimidad a la semana, desde las ocho hasta la medianoche, dando igual si iba a estar acompañada o si no, y esta noche era de Magda. Maldita sea, y con el frío que hace, pensó. Así que se propuso dar un paseo para ver si conseguía que la sangre y la temperatura volviera a sus dedos, después de casi acabar el paseo del río, fatigada vio un banco y pensó en sentarse, volvió a escribir.
- Buenas noches Lucía, siempre con tu libreta, siempre con tu música, supongo que no te acuerdas de mi.
- ¿eh? ¿Perdón? – dijo ella mientras se giraba quitándose los cascos
- Que siempre que te veo estás acompañada de una libreta y tu música, ¿Puedo sentarme? – preguntó esperanzado.
- Por supuesto Sr. Arturo, no seré yo quién le niegue el asiento a una persona como usted.
- Jajaja, me sigue pareciendo curioso que me trates de usted, si me permites, yo te trataré de tú. – dijo sin acritud.
- Por supuesto, yo lo siento pero a una persona con sus vivencias no puedo tratarla de tu, me parecería, incluso, irrespetuoso. – azorada como estaba, Lucía todavía recordaba la historia del señor Arturo, un hombre que emigró a Rusia escapando del fascismo y volvió desencantado del comunismo, un hombre cansado de vivir, le recordaba a alguien, pero creía que el caballero que se hallaba sentado a su lado tenía mucho más derecho a estar cansado de vivir que todos aquellos que lo predicaban a los cuatro vientos.
- Eres demasiado correcta para con todo lo que te rodea o soy objeto de un trato especial, todavía me lo pregunto, aunque, si no te importa, quiero pensar que es lo segundo, hace que me sienta más importante.
- Hace tiempo que no le veía, ¿ha dejado de acudir a las asambleas por algo en particular?
- Estoy cansado y, para lo que me queda aquí, no creo que deba ser yo quién luche por vosotros, no me malinterpretes, pero yo estoy mayor como para andar pasando frío en las plazas.
- Si es por el frío, lo entiendo, si es por cansancio, me enfadaría bastante con usted; no buscamos su apoyo físico en la lucha; creo, sinceramente, que lo que usted hace por nosotros es crear valores, sus historias personales pueden corregir errores que todavía no hemos cometido. – Volvía a tener frío y le estaba empezando a temblar la voz.
- Hace frío, ¿verdad? – Sabía perfectamente que Lucía estaba empezando a estar helada y comenzó a levantarse; ella, por supuesto, le ayudó en tal encomienda. – es mejor que nos vayamos a casa, esta conversación puede continuar una tarde de sol.
- ¿Le importa que le acompañe?
- ¿Por qué habría una chica como tú querer acompañar a un viejo como yo?
- Mi compañera de piso es dueña y señora de la casa hasta medianoche y no se me ocurre una mejor manera de pasar los minutos que acompañándole a su casa, me sentiría bien, aunque si tiene algún inconveniente, simplemente, dígalo, no me va a parecer, ni mucho menos, mal.
- Jajaja, no seré yo el hombre que rechace tu compañía, joven dama.

Pasearon en silencio aquel breve camino y, aunque ella no sabía a dónde se dirigían, tampoco prestó ningún tipo de atención al camino que estaban recorriendo; llegaron en poco más de veinte minutos, una vez en la puerta la despedida fue sencilla:
- Buenas noches, señorita, muchas gracias por la compañía, aunque sigo opinando que deberías invertir tu tiempo con alguien más joven que yo.
- Me gusta compartir mi tiempo con gente interesante y usted lo es, lo sabe; buenas noches.
Allí se separaron, ella tenía un largo camino hasta casa y ya eran las once y cuarto así que pensó que podría ir yendo, tranquilamente; se puso los cascos de nuevo y comenzó a andar. Pasaron muchas ideas por su cabeza aunque no era capaz de concretar ni fijar ninguna; no le apetecía llegar a casa y ver a Magda, pero en la calle hacía mucho frío así que se metió en la primera cafetería que encontró y pidió un té, cualquiera, como siempre. – Lucía era muy estricta con su café, pero con el té era más laxa.
Llegadas las doce y media el camarero comenzó a echar el cierre, ella se levantó, pagó y se fue.
Timbró antes de subir, por si acaso, como siempre. Nadie cogió, lo cual no sabía si era que no estaban y podía subir o si, por el contrario, estaban en plena faena y no iban a interrumpirse porque ella llegara. Subió de todos modos, la luz estaba apagada y eran más de las doce; no había nadie, lo agradeció enormemente, así que se fue a dormir directamente.
7:30. Sonó el despertador y comenzó su rutina, ducha, mochila y en marcha mientras Magda rezongaba en su cama, Lu no tenía ni idea de cuándo había llegado, de hecho se sorprendió porque no sabía ni que hubiese llegado. Después de todo lo obligatorio y habiendo terminado de comer decidió darse un paseo, la vida sedentaria estaba acabando con su envidiable figura y eso no podía ser; decidió acompañar el curso del río, tranquilamente.
Tanto andar la llevó, de nuevo, al portal del Sr. Arturo, en él había una ambulancia, Lucía se preocupó y se acercó al círculo de curiosos que había alrededor de todo aquello, estaban sacando en camilla a un señor mayor, sí, era Arturo; Lucía comenzó a llorar mientras que los sanitarios preguntaban a los vecinos por su familia; todos coincidieron en que no tenía a nadie, ella estaba cada vez más desesperada, preguntó a qué hospital le llevaban y el conductor de la ambulancia preguntó si le conocía ella respondió que un poco y él se ofreció a que les acompañara, una vez en el hospital…